20/3/20

Reparación histórica

Estamos a poco de un nuevo 24 de marzo y como dicen las Madres y Abuelas no marchamos pero seguimos pidiendo Memoria, Verdad y Justicia. Por ese lado viene este posteo.

En febrero nos anoticiamos que ingresaron a trabajar a PAMI dos compañeras, María José Luján y María Victoria Ventura. María José es hija de María Cristina Mazzuchelli y María Victoria de Carlos Marcelo Ventura.

Tanto Mazzuchelli como Ventura trabajaban en PAMI al momento de desaparecer. Esto es una reparación histórica necesaria que desde acá festejamos. 

Lo que sigue son las historias de María y Carlos, extraídas de este sitio que los recuerda: Trabajadores Desaparecidos de PAMI  

María Cristina Mazzuchelli - Belleza y revolución
Era la menor de seis hermanos, con un papá dentista que esperaba que todos fueran profesionales. Y aunque combinó sus estudios de música y danza con la carrera de Arquitectura, en la que llegó hasta 4° año, había otras opciones de vida esperándola.
En la familia la llamaban 'Poupée' (muñeca, en francés), ya que su belleza daba que hablar. La militancia, en cambio le daría el tanguero apelativo de 'Soledad, la de Barracas', por la zona donde realizaba su trabajo barrial, aunque también fue 'La Tana' o 'Laura'. Su amiga Ana Sebastián, quien la introdujo al mundo de la política, la recuerda sensible, inocente en cuanto al conocimiento de la realidad, pero sí consciente de su belleza y sus efectos en el entorno. 'Tenía un cuerpo que hacía darse vuelta hasta a los adoquines', dice. Atrevida para la época, llegó a ir a ver a River al Monumental en minishort y botas.
A los 21 conocería a Jesús María Luján, importante cuadro militante montonero conocido como el 'Gallego Willy'. A los tres meses se casaron, en ceremonia oficiada por cura tercermundista. Luego de un embarazo fallido, nacería María José, la única hija de ambos.
Se incorporó a PAMI en instancias fundacionales como tabuladora del área de Control de Información, y consta en su legajo que recibió capacitación en Estadísticas de Salud. Según testimonios, tuvo amistad con Adriana Bai Quesada. La persecución política, la hizo pedir licencia sin goce de haberes y mudarse a Córdoba.
El 26 de setiembre de 1976, junto a otros militantes, resiste un operativo militar en el Barrio General Bustos, en el que pierde la vida, a los 25 años. Por el armamento utilizado por el Ejército, la casa es incendiada y deben intervenir los bomberos, quienes encuentran a la niña entre el inodoro y el bidet, con una puerta haciendo de techo, a propósito del armamento pesado con el que eran asediados, donde María Cristina la había puesto a salvo. La pequeña es llevada por unas horas al Centro Clandestino de Detención La Perla y luego devuelta a su familia paterna.
Su marido caería tres años después, en 1979, dentro de uno de los episodios conocidos como 'la contraofensiva', y también estaría presente María José, ya de cuatro años. A esa edad tuvo su segundo cautiverio, no se sabe de cuántos días, y su segunda restitución a la familia paterna.
María José Luján Mazzuchelli tiene hoy 38 años, y como tantos hijos de víctimas del Terrorismo de Estado, ha debido reconstruir la historia con retazos, anécdotas, contados por compañeros de sus padres, o relatos familiares sesgados por la desaprobación del camino elegido.
Por ejemplo, se enteró hace poco tiempo que María Cristina había trabajado en PAMI, al ser contactada a través de las redes sociales. Pero lo que la enorgullece es, además del 'fuerte carácter' heredado y el evidente parecido físico, es otra cosa. Dice María José: 'Lo que me dejó mi vieja son las ganas de vivir, más allá de toda la historia, las ganas de seguir dando vida. Le costó tenerme, había perdido un embarazo. Estaba muy aferrada a mí, me cuidó hasta último momento, y pienso en el momento ese en que tuvo que dejarme. Debe haber sido muy doloroso ese instante. Hoy pienso que lo mejor que yo puedo haber hecho en la vida fue tener a mis dos hijos. Y cuando los veo siento que ella está en ellos y estaría muy contenta de tener los nietos que tiene.'
Se identifica también con su madre en la coquetería. 'Tenía ese costado muy femenino y no dejaba de arreglarse. Yo hago un paralelismo con Cristina, porque mi vieja tendría 61, y siempre digo que debe haber sido como ella, de no dejar esas cuestiones mundanas, que muchos le critican a la presidenta.'
No obstante, tanto María Cristina como su marido, no tenían apego por las pertenencias, al punto de dar la vajilla y otros regalos de casamiento. Dice María José: 'Tenían otro concepto de lo material. Al punto que no tenían ni para viajar en colectivo, según me he enterado por cartas de mi viejo a mi vieja. A veces no tenían ni para comer. Mis viejos no tenían nada, dieron todo. Eran militantes de verdad. Mi vieja le decía a mi abuela que sabía q podía dejar la vida, pero que le iba a dejar un mundo mejor a su hija, que era yo.'
Por todo ello, María José ve con buenos ojos los reconocimientos como el que PAMI lleva adelante: 'Siento que a mucha parte de los argentinos se los oculta, más cuando vienen de palos de militancia como Montoneros, como que es mala palabra. Y yo, a esta altura de mi vida, estoy orgullosa de mis viejos, porque realmente siento que ante todo fueron buenas personas y que pelearon por algo justo.'
El legajo de María Cristina en el Archivo Nacional de la Memoria es REDEFA 745

Carlos Marcelo Ventura - Como una taba que gira en el aire
Carlos Marcelo Ventura nació el 1º de septiembre de 1949. Era, familiarmente, ‘El Chuni’, aunque por su parquedad había quienes le llamaban ‘El Momia’. Se lo recuerda engominado, serio, con sólida formación intelectual. De su desempeño en PAMI, donde comenzó a trabajar organizando el sistema de médicos de cabecera -siendo él mismo casi médico-, se habla de él como ‘muy elegante y muy agradable, formal, con la palabra justa, con la orientación justa al jubilado’. Sin embargo, Carlos dejaba salir en la intimidad un sentido del humor muy agudo y particular, como recuerda su compañera Gladis, y también lo recuerda como gran compañero y gran padre. Cuando comenzó la represión se sintió muy responsable por las mujeres e hijos de sus compañeros, ejerciendo una solidaridad que lo exponía más de lo aconsejable.
Su historia de militancia lo ubica como uno de los fundadores, junto a Enrique Pankonin, de la Liga de Estudiantes Socialistas, agrupación formada por un centenar de militantes sobre una división profunda de Franja Morada, e incorporada tiempo después al peronismo universitario y a Montoneros, donde Ventura formó parte de la estructura de Sanidad.
El 29 de setiembre de 1976, un comando de militares encapuchados irrumpen en la sede del instituto, encañonando a todo el personal. Los Ventura figuraban en una lista de buscados y ese día salvaron el pellejo de casualidad (el episodio lo relatamos en otro capítulo).
‘A la mañana siguiente – cuenta Gladis- Carlos se hizo una pasadita por el trabajo, para ver qué pasaba, y cuando lo vio su jefa le hizo señas para que se fuera. La jefa salió atrás de él y ahí le contó que estaba de nuevo toda la Federal y habían pedido por teletipo todos los datos: los míos, los de Carlos, el domicilio mío, el de mis padres, etc. A los cuatro días allanaron la casa donde vivíamos juntos, la desmantelaron. Y también el domicilio que él tenía de soltero, que era de sus padres.’
Ya no volverían a su lugar de trabajo y mandan telegramas de renuncia. Dejan su hogar y se refugian en casas amigas, primero en La Plata y luego en Buenos Aires.
En una carta que Carlos envía a seres queridos retrata el irrespirable verano del '77. Dice: ‘Lo que ayer nomás nos parecía dramático (abandonar la familia, la casa, el estudio, el trabajo), hoy nos parece tan pequeño. Tantos compañeros se han ido físicamente que se nos hace más duro todavía. Como decía una amiga hace unos días: es como si nos fuéramos quedando sin pasado. Todos con quienes hemos compartido algo, hace cinco, siete o diez años, ya no están con nosotros.’
Gladis refiere que por entonces, aunque ‘era un militante crítico, tenía que seguir militando en honor a sus compañeros caídos, pero ya sabíamos lo mal que venía todo’.
Carlos Ventura es finalmente secuestrado el 28 de marzo. Dice su compañera: ‘desaparece acá, en Buenos Aires, a eso de las 10 de al mañana. Desde ese día, yo no sé más nada de Carlos. Es como que se lo hubiera tragado la tierra. No hay testimonios de que lo hayan visto en un centro de detención. No hay nadie que me pueda decir que lo vio.’
Tenía 27 años, un hijo de 18 meses y una bebita de 40 días.
Gladis Cardacci de Ventura se refiere a su situación posterior, la de ponerse a salvo para criar a sus hijos, como ‘in-cilio’, es decir, exilio interno. Treinta años después, en 2006, reingresó a PAMI por gestión personal del presidente Néstor Kirchner.
Jorge Falcone, compañero de militancia y de trabajo en PAMI, le adjudica a Carlos esta reflexión, a propósito de una conversación sobre la volubilidad de la condición humana ante situaciones límites: ‘El hombre es capaz de la mayor grandeza y la peor canallada. Ambas facetas coexisten como una taba que gira en el aire. Siempre hay circunstancias que nos prueban, y entonces la historia nos toma una instantánea que dura para siempre’.
La desaparición de Carlos Ventura, con todos los vejámenes que se pueden suponer, no implicó la caída de otros militantes. Por eso en su libro ‘Memorial de Guerralarga’, Falcone concluye con esta imagen: ‘Aquella taba en vuelo de la que hablaba había caído para siempre, del lado de la luz’.
El legajo de su desaparición es CONADEP 1478.

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