La foto fue tomada en el estadio de LA PEPITA a finales del 89 o inicio del 90 cuando se disputaba el clasico torneo comercial de verano en la zona.
Fue su último partido. Comprendió que muchas veces las causas colectivas no pueden tener un único obediente y que se es feliz al desobedecer al que mal manda y sus lacayos.
Gustavo Castro nunca volvió al gramado pero lo que aprendió por esos días hoy lo lleva a la práctica todos los días.
Lo cierto es que nuestro amigo lateral (3 o 4, qué importa) dejó una gran huella en su equipo TÍA MARÍA, llamado así en homenaje a una rotisería de la localidad que proveía el catering después de los partidos.
El DT del equipo había dado directivas muy simples sobre su rol en el campo "Cuando la tengamos nosotros sería mejor que Ud. no se muestre como alternativa de pase para sus compañeros y se quede plantado en su lugar. En cambio cuando el que la tenga sea Ud. mismo le prohíbo que cruce la mitad de la cancha con la pelota en sus pies. Suéltela. A cualquier parte."
Estas directivas fueron aceptadas porque nuestro amigo entendía al fútbol como un deporte colectivo en el que el equipo está por encima cualquier individualismo en los primeros partidos.
A medida que se afianzó en el puesto y consolidó su titularidad entendió que estaba para más. Que su aporte podía ser mayor. Se animaba a hacer lo vedado y lo prohibido por el Técnico. Desobedecía. Ensayaba peligrosas gambetas frente a rivales que quedaban desairados.
Fue así que una tarde le cayó una pelota en el pecho y, como era de esperar, le rebotó muy lejos por lo que decidió correrla. En su carrera dejó clavado a dos rivales y esquivó un tremendo patadón de otro. Desde el banco no sólo se escuchaban los gritos de DT "Toque Pibe, toque", sino que también el ayudante le hacia indicaciones "soltala la puta que te parió". No les hizo caso y llegó hasta el costado del area contraria y lanzó un centro que de haber habido alguien seguro cabeceaba y era un golazo. Nadie lo había acompañado por el centro ni por la otra punta. Los compañeros no resultaron serlo.
Fue su último partido. Comprendió que muchas veces las causas colectivas no pueden tener un único obediente y que se es feliz al desobedecer al que mal manda y sus lacayos.
Se rebeló y les reveló a todos lo egoístas que fueron en conminarlo a ese lugar creyendo que lo estaban cuidando cuando en realidad se estaban cuidando y ocultando ellos, tal vez de si mismos.
Gustavo Castro nunca volvió al gramado pero lo que aprendió por esos días hoy lo lleva a la práctica todos los días.
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