(Por Raúl Degrossi)
La provincia de Santa Fe, uno de los distritos más importantes del país en el plano electoral, es a su vez uno de los que mayores complejidades presenta para el kirchnerismo de cara a las elecciones presidenciales del año que viene; sobre todo considerando su flojísima perfomance en las legislativas del 2009, en las que apenas superó el 9 % de los votos, con lo que a duras penas pudo obtener la reelección en su banca del presidente del bloque de diputados nacionales del Frente Para la Victoria Agustín Rossi.En el análisis del panorama santafesino, no puede obviarse tampoco el hecho de que año próximo se elegirán las autoridades provinciales (Gobernador y la Legislatura completa), municipales y comunales (intendentes, concejos municipales y comisiones comunales), finalizando el primer mandato de un gobierno no peronista desde la recuperación de la democracia: el del Frente Progresista Cívico y Social encabezado por Hermes Binner, triunfante en las elecciones del 2007.
El fluido panorama político provincial (donde se venían tejiendo alianzas tendientes a reconfigurar el mapa político en el peronismo y fuera de él) se vio ciertamente influido por la muerte de Néstor Kirchner, pero en igual o mayor medida por la definición adoptada por Carlos Reutemann de apartarse de la mesa de conducción del peronismo federal, a partir de una lectura personal del escenario nacional configurado por la desaparición del santacruceño, y en disidencia con el rumbo trazado por los referentes del sector “duro” del peronismo no K.
Es discutible en que medida la decisión de Reutemann (sin dudas, hoy por hoy, el principal elector de la política santafesina junto al propio gobernador Binner) provoca modificaciones en el tablero político provincial, o a la inversa resultó en buena medida inducida por los cambios que allí se venían observando: conversaciones tendientes a garantizar un esquema de unidad de todas las vertientes del peronismo santafesino, con miras a recuperar la administración de la provincia perdida en el 2007, que tanto más se aceleraban en la medida que el tiempo transcurría sin definiciones públicas del ex corredor (lo que dejaba a sus seguidores en una virtual parálisis), mientras se visualizaba una constante recuperación de la imagen pública del gobierno nacional, aun antes de la muerte de Kirchner.
Sobre esta realidad impacta a su vez, indudablemente, la discusión trabada en el Congreso Nacional en torno al Presupuesto 2011, en la cual los diputados santafesinos enrolados en el peronismo federal (6, tres obeidistas empezando por el propio Jorge Obeid, y tres reutemanistas puestos por el mismísimo dedo del Lole en las listas), cerraron filas con el Grupo A y retacearon el quórum a la discusión del proyecto del Ejecutivo, luego de haber avalado uno de los despachos opositores que planteaban un proyecto alternativo.
El esquema de unidad que se venía conversando en el peronismo santafesino de cara al año electoral que se avecina no es tampoco lineal, sino reconoce al menos dos variantes.
Una primera, impulsada por el intendente de Rafaela Omar Perotti (a su vez precandidato a gobernador, y que administra hoy la ciudad más importante de la provincia en manos del peronismo ya que Santa Fe, Rosario y Villa Gobernador Gálvez están en manos de intendentes del Frente Progresista), tendiente a crear un “paraguas” político para la situación provincial, poniendo al costado la discusión por los alineamientos nacionales, procurando sumar a todos los sectores del peronismo para enfrentar con chances de éxito al eventual candidato oficialista a la gobernación.
Perotti (cuya interpretación al respecto no es inocente, en tanto se ofrece a sí mismo como el candidato a gobernador que mejor expresaría esa síntesis entre los kirchneristas y los federales, por tener puentes tendidos con todos) ejemplifica frecuentemente con lo sucedido con radicales y socialistas en las elecciones del 2007: menos de dos meses después de haber confluido ambas fuerzas en el Frente Progresista para lograr llegar al gobierno provincial tras 24 años de fracasos electorales, bifurcaron sus opciones políticas en la elección presidencial entre las candidaturas de Roberto Lavagna (la UCR) y Elisa Carrió (los socialistas, que incluso aportaron a Rubén Giustiniani como compañero de fórmula de la pitonisa chaqueña).
En el fondo, no es sino una variante de aquella idea de “alambrar la provincia” que tantas veces expusiera Reutemann, escindiéndola de la disputa política nacional, en este caso no con el objetivo de conservar su gobierno sino de recuperarlo.
La segunda variante de la unidad peronista provincial está expuesta por Agustín Rossi (el principal referente kirchnerista, aunque no el único, porque el también diputado nacional Gustavo Marconatto le disputa esa condición), y se podría resumir en la siguiente fórmula: no hay julio sin octubre, es decir no hay posibilidades de un arreglo de unidad peronista para las elecciones provinciales (que serían en julio), si no se traduce en un acompañamiento del conjunto del peronismo santafesino a la candidatura presidencial del Frente Para la Victoria, que hoy por hoy recaería naturalmente en Cristina Fernández.
Ambas posturas tienen sus problemas.
En el caso de la teoría del “paraguas” provincial, soslaya la circunstancia (crucial en política, y más aun en el peronismo) de que todos los sectores que confluyan en la unidad deberán mostrar sus “porotos”, para determinar como se conforman la fórmula de gobernador y vice, las candidaturas legislativas (los candidatos a senador por cada Departamento de los 19 que componen la provincia, y la lista de diputados provinciales) y los candidatos a intendentes de al menos las principales ciudades, y si no hay acuerdo en ese plano, deberán realizarse internas abiertas (que la legislación electoral de la provincia -en la cual se inspiró la reforma nacional impulsada por Cristina y sancionada por el Congreso el año pasado- impone como obligatorias), sesenta días antes de las elecciones generales.
Por otra parte el ejemplo usado por Perotti sobre cómo actuaron el radicalismo y el socialismo en las elecciones del 2007 tiene al presente valor histórico, pero no más que eso: todo parece indicar que los socios mayoritarios del Frente Progresista confluirán el año próximo en una única alternativa de cara a las elecciones presidenciales, y una fórmula compuesta por Ricardo Alfonsín y Hermes Binner parece el más probable binomio del espacio pan-radical.
Esa circunstancia juega sin dudas a favor del esfuerzo electoral del Frente Progresista a lo largo del año 2011, pero no deja de lado las tensiones que (hacia el interior de la coalición gobernante en la provincia) se vienen reflejando en las disputas por las candidaturas provinciales en todos los planos.
También es cierto que la implosión del Grupo A en el Congreso nacional y, en ese contexto, la actitud rupturista asumida por la Coalición Cívica, tuvieron en Santa Fe un precedente concreto: Elisa Carrió, fiel a su estilo de ¿construcción política? se adelantó hace un par de meses a proclamar candidatos propios a gobernador e intendentes de Santa Fe y Rosario.
El escaso desarrollo y despliegue territorial de su fuerza en la provincia (que no se corresponde con sus buenas perfomances electorales personales en Santa Fe, sobre todo en 2007) permitirían inferir que esas candidaturas estarían más dirigidas a presionar a radicales y socialistas para obtener mejores lugares para la CC en las listas del Frente Progresista y en un eventual segundo gobierno provincial de ese signo a partir del 2011, que a plantear una verdadera competencia electoral; aunque con Carrió en el medio, todo es posible y una opción provincial “testimonial” (que le otorgue una mínima representación legislativa y por esa vía, visibilidad mediática provincial) no debería descartarse.
Y es por esa lado entonces donde el análisis de Perotti podría tener cierta validación oblicua, porque bien podría darse que todos los socios que conformaron en el 2007 el Frente Progresista (incluyendo a la Coalición Cívica) vuelvan a confluir en un mismo espacio de cara a las elecciones provinciales, pero difieran en las nacionales: nada hace indicar que Elisa Carrió vaya a resignar su propia candidatura, lanzamiento sin el cual sus últimos posicionamientos en la esfera nacional no tienen explicación, al menos desde la política.
Esa renovada candidatura presidencial de Carrió (ante la conformación de la entente radical-socialista con la probable adición del GEN de Margarita Stolbizer) dividiría en Santa Fe el voto opositor al kirchnerismo, con independencia de la evolución futura del peronismo federal, sobre todo a partir del portazo de Reutemann; y esa división en el distrito favorecería a priori las chances del oficialismo de hacer una buena elección global, no necesariamente en Santa Fe, aunque en este caso y por otros factores que tienen que ver con la recuperación de la imagen del gobierno nacional, mejore su pobre desempeño del 2009.
Para entender esto, algunos números: mientras en la elección nacional a presidente del 2007 Cristina obtuvo (en todo el país y en cifras redondas) un 46 % contra un 23 % de Carrió, en Santa Fe los márgenes de su victoria se achicaron a apenas un punto de diferencia (35 % a 34 %), antes del estallido del conflicto agropecuario, pues fue una de las provincias donde se sintió en mayor medida la pérdida de votos kirchneristas en las clases medias de los centros urbanos.
Claro que habrá que desentrañar cuanto de ese 34 % es voto de Carrió, cuanto del electorado radical que no se sintió representado por la candidatura de Lavagna, y cuanto de voto socialista dada la presencia de Giustiniani en la fórmula.
La lectura del 35 % de Cristina en Santa Fe en 2007 (menos que el 38 % obtenido por Rafael Bielsa para gobernador menos de dos meses antes) es más compleja, y remite otra vez a la difícil interna peronista del distrito, y al análisis de viabilidad de la hipótesis ensayada (con coherencia, habrá que decir) por Agustín Rossi: no puede haber acuerdo de unidad provincial en julio, si no se traduce en un alineamiento electoral unívoco de todo el peronismo santafesino con el oficialismo nacional en octubre.
En esta línea de pensamiento, lo sucedido con el Presupuesto nacional 2011 no augura un final feliz en lo inmediato para los esfuerzos de unidad del peronismo provincial.
A esta altura del análisis hay que decir que las elecciones provinciales y nacionales en Santa Fe serán indefectiblemente desdobladas, por imperio de las normas constitucionales que rigen cada caso y por la mutua conveniencia de proceder de tal modo para el gobernante Frente Progresista y, dentro del peronismo provincial, al menos para los sectores que encabezan Carlos Reutemann y Jorge Obeid.
La Constitución de la provincia pone como fecha tope para elegir gobernador los tres meses anteriores a la finalización del mandato del que se encuentre en funciones (por lo cual los comicios provinciales no podrían ir más allá de la primera semana de septiembre del año próximo), mientras que la nacional establece que las elecciones de presidente y vice deben realizarse dentro de los dos meses anteriores al vencimiento del mandato, lo que las coloca en octubre.
A partir de esa instancia, se vienen conversando en la provincia entre el gobierno de Binner y las fuerzas políticas (básicamente el PJ donde conviven reutemanistas, obeidistas y kirchneristas y los partidos del Frente Progresista) un cronograma electoral que todo parece indicar establecerá febrero para el cierre de listas de cara a las internas abiertas (lo cual acelera los tiempos políticos al punto que el radicalismo definirá el 24 de este mes su candidato a gobernador), mayo para realizarlas y julio para la elección general.
Ese cronograma dejaría totalmente resuelto el panorama provincial antes de que se realicen las internas abiertas nacionales, que serían en agosto de acuerdo a la ley de reforma política (sesenta días antes de las generales), algo en lo que concuerdan radicales, socialistas y peronistas federales; seguramente por un dato que no desean dar a conocer en público: la acumulación de las elecciones (algo imposible en parte por las normas señaladas) favorecería las chances del peronismo en general, y del kirchnerismo en particular, sobre todo luego de la sostenida recuperación de imagen e intención de voto de Cristina tras la muerte de Néstor Kirchner.
En una estrategia distinta a la seguida por ejemplo en la provincia de Buenos Aires (donde pretenden traccionar votos hacia abajo, ante la dificultad de encontrar un candidato a gobernador taquillero), los radicales y socialistas santafesinos apuestan a retener el gobierno provincial (para lo cual la subsistencia de la fractura en el peronismo es esencial), y sobre la base de un triunfo electoral en septiembre, mejorar las chances de un eventual binomio Alfonsín-Binner, en la provincia y por carácter transitivo, en el plano nacional.
No es ajena a esta especulación la lectura que hacen de la implosión del peronismo federal y la salida de escena de Reutemann (que hoy por hoy no competiría electoralmente en lo personal para nada el año próximo), porque el liderazgo electoral del ex piloto se construye (entre otros factores) en la captación de parte del voto tradicionalmente anti-peronista (lo que le permitió por ejemplo obtener el 52 % en 1999 en su segunda elección como gobernador), en especial en el interior de la provincia; y la alquimia electoral que diseña el socialismo en el gobierno, apuesta también a morder parte de ese electorado en la contienda nacional.
Claro que en qué medida los resultados provinciales de julio se trasladarán a la elección nacional de octubre es toda una incógnita, porque por ejemplo un nuevo triunfo del Frente Progresista (hipótesis harto probable en el actual estado de cosas, y más allá de la valoración que merezca la mediocre gestión del gobierno provincial), aun en el supuesto de continuidad de la fractura peronista, podría producir una migración de dirigentes intermedios del peronismo (en especial intendentes, presidentes comunales, referentes departamentales o distritales) hacia las filas del kirchnerismo, buscando ser parte de la campaña electoral nacional para obtener retribución de parte de un eventual segundo mandato de Cristina al frente del Ejecutivo nacional.
Un triunfo electoral provincial del peronismo (que no puede lograrse sino en un esquema de unidad) podría por el contrario tentar a ciertos sectores de su dirigencia provincial a hacer “la gran Reutemann”, desentendiéndose por completo de la elección nacional, cuyo peso recaería obviamente en el sector kirchnerista con todo lo que eso implica (mayor coherencia discursiva, techo electoral más bajo).
Clásico partido de poder y habituado a ejercerlo en la provincia por 24 años en forma ininterrumpida, el peronismo y sus dirigentes han sufrido en carne propio en los últimos 3 años las consecuencias de la derrota electoral del 2007: la asistencia financiera del gobierno provincial para obra pública (algo clave por ejemplo en las comunas que renuevan su mandato cada dos años) o para resolver urgencias ha llegado en goteo, y no ha ido más allá de los compromisos que establece el régimen de coparticipación, el que por cierto en el caso de los impuestos provinciales no es para nada generoso, y sin que esto sea responsabilidad del actual gobierno provincial.
Los ATN (aportes del Tesoro nacional) se constituyeron en una fuente adicional de recursos que llegaban desde la Nación a los municipios y comunas, fuente cegada a partir del 2008 cuando el gobierno de Binner (en una controvertida decisión) resolvió meter mano en su distribución, contrariando el reparto establecido por el gobierno nacional a través del Ministerio del Interior.
La aparición en escena del Fondo Solidario Federal (vulgarmente llamado Fondo Soja) a partir de 2009 y como consecuencia de la decisión de Cristina de transferir a las provincias el 30 % del producido de las retenciones a las exportaciones de soja (decisión crucial que debió haberse adoptado antes, en pleno conflicto agropecuario) sumó un nuevo elemento al panorama: es hoy por hoy el principal (si no único) recurso con que cuentan municipios y comunas para ejecutar obra pública, y más de la mitad de la que ejecuta el Estado provincial, se solventa con esos recursos.
En paralelo, el llamado Fondo de Obras Menores (creado en 2004 con el 1 % del producido de los impuestos provinciales) fue redireccionado en medio de la crisis del 2009 hacia los gastos corrientes de los gobiernos municipales y comunales, pero el gobierno provincial lo administra con una exasperante morosidad (que contrasta con la automaticidad del Fondo Soja), vinculada al cierre de sus propias cuentas y a la generalizada eficacia de la administración socialista; todo lo cual hace que no sea una herramienta útil de gestión para los gobiernos locales.
Estos elementos (y otros análogos que exceden este análisis, como las obras públicas de envergadura que sólo puede financiar la nación) permiten comprender cuan importante sería para la dirigencia territorial del peronismo (intendentes y presidentes comunales) recuperar el gobierno de la provincia en 2011, y si es posible manteniendo al mismo tiempo un gobierno nacional de signo afín.
Cuanta importancia le asignen a uno y otro factor incidirá directamente en sus alineamientos políticos, y en el esquema de unidad al que empujen a los referentes del peronismo en sus distintas vertientes, de entre las dos variantes que venimos describiendo; dando obviamente por sentado que todos ellos comprenden y alientan la necesidad de esa unidad, por una cuestión de estricta supervivencia.
Aun aquellos referentes territoriales que son fuertes en sus distritos, y pueden garantizar el triunfo en ese plano con su propio volumen político, necesitan de ese contexto político favorable para luego desplegar su gestión de gobierno.
Pero el horizonte de la unidad del peronismo es ciertamente complejo, aun cuando se conviniera en el marco que propone el kirchnerismo provincial (algo ciertamente poco probable hoy, hasta tanto la situación del peronismo federal y de Reutemann en ese contexto termine de decantar y con las heridas que seguramente ha dejado la discusión del presupuesto nacional), es decir estableciendo un puente de compromisos políticos entre ambas elecciones.
En tanto las provinciales estarán antes en el cronograma electoral del año que viene, las primeras definiciones deberán adoptarse de cara a ese compromiso, y allí las opciones son lista de unidad “con todos adentro”, o interna abierta para dirimir el armado de las listas de la general, con el compromiso del que pierde de acompañar (como por ejemplo hizo Rossi respecto de Bielsa en el 2007, más incluso que mucho de los sectores reutemanistas que jugaron en el esquema ganador de la interna) y no romper por afuera, lo que por lo demás la legislación electoral provincial (y la nacional que se inspira en ella) prohíbe expresamente.
Y de cara a la conformación de un esquema de unidad provincial del peronismo con la elección provincial como primer compromiso, el “poroteo” que presidirá la mesa de negociaciones reflejará sin dudas el 42 % de Reutemann y el 9 % de Rossi obtenido en las legislativas del año pasado, y los alineados con el ex corredor seguramente lo harán valer.
Podrá decirse (y no sin razón) que hoy la foto es distinta, que el kirchnerismo viene en ascenso (al menos el gobierno nacional, habrá que ver en que medida se traslada eso a sus referentes provinciales) y que el senador nacional no competirá directamente como candidato (lo que, siguiendo su sempiterna costumbre, augura una participación casi anecdótica de su parte en la campaña electoral), así como que los eventuales candidatos del espacio que conduce (hoy al menos dos “puros”) no tienen ni por asomo su caudal electoral.
Todo eso es cierto, tanto como que el kirchnerismo provincial (cuyas principales figuras son, como se dijo, Rossi y Marconatto, quien a su vez agita la nueva candidatura de Bielsa a la gobernación) no conduce el peronismo provincial, y es como mínimo dudoso que, hoy por hoy, esté en condiciones de imponerse en una interna abierta dentro del PJ para dirimir las candidaturas del espacio peronista, y debería darse un trabajo sostenido (y armónico al interior del propio espacio) para lograr ese objetivo.
Pero la cosa no es tan lineal: en la medida en que todos los sectores del peronismo provincial aceptan la necesidad de hierro de la unidad para ganar la elección provincial, los kirchneristas santafesinos están en condiciones de hacer valer su capital político (cualquiera se piense hoy que esté sea), porque sin su concurso un triunfo sobre el Frente Progresista es altamente improbable, y por caso en la ciudad más grande de la provincia Rosario) y su conurbano, su desarrollo e inserción son ciertamente mayores a los armados del reutemanismo y del obeidismo, sobre todo de los primeros.
La dispersa oferta pre-electoral del peronismo en la provincia (con seis candidatos a gobernador virtualmente lanzados, que serían siete si se cuenta a Oscar “Cachi” Martínez del partido “100 % Santafesino” debe necesariamente tender a ordenarse antes de las internas abiertas, y no está del todo claro en que medida la salida de Reutemann de la conducción del peronismo provincial, contribuya en ese sentido.
Y es que al menos a estar por sus declaraciones públicas, la situación provincial poco y nada tuvo que ver con la decisión del senador, afirmación que en un punto merece crédito repasando su trayectoria política: poco se interesó Reutemann en toda coyuntura electoral en la que no estuviera en juego él mismo como candidato, menos cuando su lectura del cuadro de situación (algo en lo que parece tener al menos intuición, o un grado mayor de análisis del que atina a expresar verbalmente) lo lleva a la conclusión de que el panorama no asegura un triunfo, o no por lo menos con un grado de probabilidad cercano a la certeza.
Ratificada su permanencia en el Senado de la nación hasta el 2015, el futuro gobernador de la provincia y el futuro presidente o presidenta de la Argentina deberán convivir con él durante todos sus respectivos mandatos, y el hombre lo sabe y lo hará valer en el momento que crea oportuno; pero de eso no se debe derivar un compromiso central de su parte en las contiendas electorales del año que viene sino todo lo contrario.
Aun los mismos precandidatos a gobernador surgidos de su espacio (Juan Carlos Mercier, senador por el Departamento La Capital, ex múltiple funcionario de la dictadura y de los dos gobiernos de Reutemann, Ricardo Spinozzi, presidente del PJ provincial y senador por el Departamento General López) no han recibido de su parte (al menos en público) sino una genérica invitación a recorrer la provincia “para ver como miden”, y nada en la historia política del ex piloto hace suponer que eso vaya a cambiar en un futuro inmediato.
Por otra parte reutemanistas, obeidistas y kirchneristas conviven (cada vez con mayor dificultad) en el seno de la estructura del PJ provincial, con un leve predominio de la alianza de los dos primeros sectores (a esta altura, formando parte de una única y misma cosa por el seguidismo rayano en la obsecuencia de los primeros a los segundos) en el Consejo Ejecutivo, y más acentuada de los segundos (60 % contra 40 % de los cargos) en el Congreso provincial; lo cual no es un dato menor porque es el órgano encargado por ejemplo, de dirimir la política de alianzas electorales del partido.
Y en ese sentido por ejemplo el kirchnerismo santafesino (estructurado por fuera del PJ en torno al Frente Para la Victoria) sostiene desde hace tiempo un sólido vínculo (reflejado incluso en las bancas legislativas provinciales y nacionales) con el Partido del Progreso Social comandado por Héctor “Tigre” Cavallero, ex intendente de Rosario en tiempos de su adscripción al socialismo, y quien probablemente sea el candidato del espacio conducido por Rossi para volver a pelear por ese sitial, alianza y candidatura que por caso, costaría mucho hacer digerir a los peronistas federales en el marco de un acuerdo de unidad.
Y ya que de peronismo federal hablamos, es allí donde está una de las claves del resultado en Santa Fe de la elección presidencial del año próximo, sobre todo a partir del portazo de Reutemann.
Cuando el espacio se conformó, aun sin haber proclamado el senador santafesino su intención de integrar la nómina de presidenciables (antes bien todo lo contrario, negándola en público cada vez que le preguntaron), contaba con que Santa Fe sería uno de los distritos (junto a Entre Ríos probablemente por el peso de la figura de Busti) donde podría tener mayor peso electoral, en la medida en que Reutemann, aun no siendo él mismo el candidato, jugase decididamente su capital a favor del ungido por el conglomerado peronista anti K.
Pero las cosas se dieron de otro modo: al ex corredor nunca lo convenció la idea (motorizada básicamente por Duhalde) de vaciarle la interna del PJ a Kirchner e ir por fuera de la estructura y del sello oficial, porque eso indudablemente se replicaba en la provincia (en el contexto del esquema de internas abiertas que establece la reforma política), e implicaba regalarle al kirchnerismo provincial el sello y la estructura partidarias del peronismo, algo cuyo valor estima aun cuando, en sus casi veinte años de permanencia en el plano central de la política santafesina, se haya ocupado por acción u omisión, de vaciar por completo de contenido.
Sobre esa percepción inicial de Reutemann (nunca modificada) gravitó el escenario político que se avizoraba: las crecientes dificultades del peronismo federal para conciliar pautas mínimas como las reglas de juego para dirimir la candidatura presidencial del espacio, la sostenida recuperación del kirchnerismo registrada antes de la muerte de Kirchner, y acelerada drásticamente a partir de entonces, y, en ese contexto, la consolidación del liderazgo de Cristina hacia el conjunto del peronismo, con el virtual lanzamiento de su candidatura a la reelección.
Todos esos factores hacen muy probable aventurar que, al menos en lo inmediato, Reutemann se mantenga al margen de la disputa nacional, lo cual implicaría que en Santa Fe una eventual candidatura presidencial del peronismo federal (quien quiera sea el que en definitiva la encarne) devenga poco menos que testimonial, más aun si renuncia a la estructura del PJ para competir por afuera.
Y ese es quizás el mayor interrogante que encierra la elección presidencial del 2011 en Santa Fe: quien logrará capitalizar en mayor medida esa porción del electorado, en el que hay no poco “voto Reutemann”.
De todos modos y para el oficialismo nacional, el panorama podrá considerarse bueno o malo según sea el objetivo trazado, es decir si es ganar la elección presidencial en el distrito (algo hoy por hoy en discusión) o mejorar sustancialmente los pobres guarismos del 2009 aportando así al triunfo en primera vuelta, una meta mucho más accesible, y que la percepción cotidiana del humor ciudadano indica se estaría logrando.
Tanto mejores serán las chances de conseguir ambas metas si se logra encolumnar a todo el peronismo “real” de la provincia detrás de la candidatura de Cristina, lo que implica claro haber saldado previamente la situación de la elección provincial en un esquema de unidad, y resolver además en ese contexto la disputa de los cargos de legisladores nacionales (diputados, de los que se podrían obtener entre tres y cinco según sea el armado) que se pondrán en juego en la elección.
Y otro factor sin dudas decisivo en esa línea, es un efectivo despliegue territorial del accionar de las diferentes áreas del gobierno nacional en el territorio de la provincia (en especial Desarrollo Social, PAMI, ANSES sin excluir otras), algo que los referentes locales del kirchnerismo parecen haber comprendido recientemente.
Esto es clave porque cualquier sea el ángulo desde el que se enfoquen las políticas públicas (las obras de infraestructura, la contención e inclusión de los sectores más vulnerables, el apoyo a los sectores productivos), el aporte concreto y efectivo, con recursos y medios disponibles y desplegados, que efectúa el gobierno nacional en Santa Fe (pese a las protestas mediáticas a coro de los funcionarios provinciales empezando por el mismísimo Binner) es infinitamente superior al pobrísimo desempeño de sus áreas equivalentes del Estado provincial conducido por el Frente Progresista, algo que al aceitado aparato publicitario diseñado por el socialismo, le está costando cada vez más trabajo disimular.
Pero el análisis estaría incompleto si no se incluyera alguna mención a la composición del caudal electoral del Frente Progresista, que obtuvo con Hermes Binner el 48 % de los votos en la elección provincial del 2007, y el 41 % el año pasado en la candidatura de Giustiniani a senador nacional compitiendo con Reutemann (porcentaje en el cual influyó sin dudas el involucramiento personal del gobernador, el otro gran elector provincial, en el tramo final de la campaña).
No tiene demasiado sentido internarse en el análisis de la intrincada interna del oficialismo provincial, en especial entre los socios mayoritarios de la coalición gobernante (radicales y socialistas), y aun hacia el interior del socialismo, fuerza que hegemoniza el gobierno provincial: nada hace indicar que la sangre llegue allí al río, o que se ponga en riesgo con una fractura la permanencia en el poder provincial, al que llegaron luego de 24 años de intentos fallidos.
Lo que sí merece al menos una mención es un fenómeno que opera en cierto modo en espejo con la situación del peronismo federal, cuyo electorado potencial despierta grandes interrogantes respecto de su comportamiento a futuro como se dijo; y ese fenómeno es el de la porción de los votantes santafesinos (que no parece ser menor) que en el 2007 votaron a Hermes Binner como gobernador, desencantados con las sucesivas gestiones peronistas o siendo directamente no peronistas, pero que ven con simpatía el proceso político abierto por Néstor Kirchner a partir del 2003 y, en no pocos caso, votaron por Cristina en el 2007.
Esa porción del electorado es decisiva para que el oficialismo nacional recupere al menos el porcentaje de votos de aquélla elección en Santa Fe, y para eso influirá sin dudas no solo la sostenida recuperación de su imagen (potenciada a partir de la muerte de Kirchner) y la eficacia que alcance en la gestión, sino el desencanto que sin dudas ha provocado en amplias franjas de ese electorado, el desempeño concreto del gobierno del Frente Progresista; sumado a sus alineamientos políticos, como por caso la postura sostenida por el mismo Binner en el contexto del conflicto agropecuario, o la subordinación a la mecánica del denominado Grupo A en el Congreso nacional, en la mayoría de los casos, con honrosas excepciones como el debate de la ley de medios o la estatización de las AFJP (en ambos casos, con disidencias abiertas entre socialistas y radicales).
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