Los primeros calores de noviembre habilitan el porrón y la sangría y, por qué no, el Fernando acompañado con mortadela y daditos de salchichón. El único que se excluye de esa preferencia es Rogelio que mantiene una empecinada fidelidad a su caja de Resero blanco sanjuanino, según él en homenaje a sus orígenes cojonudos, un linaje del que se jacta cada vez que lo dejan, aunque ninguno de los muchachos de la mesa ha podido verificar su existencia.
El que inicia la charla es José que lo carga a Abel:
- Acabo de descubrir que en Santa Fe los borrachos que cuentan anécdotas son intelectuales. Una muy buena noticia para mí porque hasta el mes pasado estaba convencido de que yo nunca lo sería, y ahora puede que sí.
- En realidad, el título -digo- no se estudia en ninguna parte, como tampoco se pide título para dar clases en la Universidad.
- ¿Cómo que no se pide título para dar clases en la Universidad?, pregunta Marcial con su habitual mala fe.
- Bueno, no debería ser así. Quizás estás exagerando, que los borrachos que cuentan anécdotas pueden ser considerados intelectuales pero nunca historiadores, replica Abel molesto.
- Sin embargo, vos sabrás bien Rogelio que se puede, ¿O no se puede?, puntualiza José.
- No está prohibido ser docente y ser borracho, digo conciliador.
- No está prohibido, seguro -responde Marcial- pero quisiera saber si está autorizado que haya docentes que no lo son, ganando concursos sospechosos.
- Rogelio no puede prohibir que esto suceda, exclama Abel.
- Una cosa es que no pueda prohibirlo y otra cosa es que el borracho sea docente sin haber pasado por su título de grado, sentencia Marcial.
- No es tan así -digo- tiene jalones y además puede hablar porque es un militante.
- Creo que no lo es -corrige Abel- que se nota a la legua que la situación lo molesta, porque juntar café en Nicaragua para terminar como vocero del establishment no te da jalones.
- No veo contradicción en esto, señala José, que supo viajar con Rogelio a Cuba pagado por el gobierno de Obeid, o sea con la plata de los santafesinos.
- Lo que yo no entiendo es ¿Por qué se hacen estas cosas?, se pregunta Abel.
- Lo que no se entiende es ¿Por qué en una ciudad como Santa Fe cualquiera ostenta la condición de pensador?, enfatiza Marcial.
- No te parece que estás exagerando, pregunta vivamente Abel.
- Exagero un poco, pero no mucho, admite Marcial para después agregar: Yo quisiera que le pregunten a ciertos santafesinos por dónde miran la estatura de las personas. Si piensan que tener como mérito haber sido el novio de una no muy agraciada miembro del directorio de un diario te habilita para convertirte en el editorialista de ese mismo medio.
- Bueno… -balbucea Abel- editorializar no se editorializa… se hacen operaciones.
- Tanto opera -dice José burlón- que a veces termina chupando las medias sin que alguno se lo pida, como quien dice actuando de oficio. Algo así como una adicción al lacayismo que te hace levantar por las noches -con el mismo énfasis que buscás el tetra- a escribir loas a los que mandan.
- Así nos va, acota Marcial en voz baja.
- Me llama la atención que armen tanto barullo por un borracho, porque un borracho siempre es un personaje simpático. Además hay borrachos dignos.
- Qué tendrá que ver la conserva con el conservador, digo.
- La dignidad del borracho -reacciona Abel-, no pasa por tomar y aguantársela. La dignidad va mucho más allá. El borracho no puede ser un traidor de clase y mucho menos un arrastrado que no puede mirar a los ojos a los que alguna vez decía que eran sus compañeros.
- Admito que borrachos escriban en diarios -dice Abel- lo que me parece desopilante, y acá vuelvo al principio, es que le den el mote de intelectual al alcohólico que cuenta anécdotas o hace operaciones políticas.
- El borracho es editorialista, señalo.
- También Chiche Gelblung lo era en Gente, observa Abel.
- Yo siempre he creído que entregarle a un alcohólico la editorial de un diario es como entregarle al padre Grassi los chicos para que te los cuide cuando te vas a trabajar.
- No estaría mal -dice José-, el borracho sería incapaz de escribir contra la iglesia y si Grassi te toca los pibes nadie se va a enterar, ¿No se les ocurrió pensar que el borracho cuida los intereses de los amos porque los amos no encuentran otro lacayo de semejante fuste?
- Si eso fuera así -responde Abel-, estamos en el horno. Yo creo que el borracho es editorialista porque escribe bien.
- Escribe bien lo que le pidan -explica Marcial-, para después agregar que en los medios gana el que se arrastra mejor y gana por nock out el que, además, escribe como un delivery de los poderosos en su andar caracolesco.
- Yo creo que estos casos operan como una suerte de cuento del tío -digo-. Un grupo de poder eleva a la condición de intelectual o pensador o usurpador de la condición de historiador a un borracho. El borracho, que además es mitómano, reproduce la mentira y se la cree el mismo, a la vez que la va desparramando por los almas de los incautos que lo leen o lo escuchan y a eso le llaman luego, el poder y el borracho, “la opinión pública”.
- Se cumple lo que dijo Perón -recuerda José-, he visto muchas veces a un hijo de puta hacerse buen tipo pero jamás a un bruto volverse inteligente
- Yo pregunto: ¿Quién es el hijo de puta que se vuelve bueno y quién el bruto que jamás se volverá inteligente?
- Borrachos somos todos, se ríe José.
- La pregunta real -insisto-, no apunta a quién toma una copa de más o no, sino a saber en qué lugar ponemos al borracho. Si lo convertimos en comunicador o le damos su verdadero lugar en el mundo, contando anécdotas en los cafetines, abrazado a una nostalgia de cuando no solo soñaba un mundo mejor, sino que parecía un tipo mejor.
- No comparto, dice Abel.
3 comentarios:
Lo suyo es my bueno don Cacho.
Pero no entiendo cómo se ha puesto en semejante trabajo para desenmascarar al triquinósico ése, a quien no lee nadie y escuchan ocho viejas chotas los domingos. Pobre tipo Alaniz
No lo hice yo.
Tengo dos pasantes y les pago con REPRO, igual que el diario.
Alaniz es un arrastrado de los Vitori.
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