5/4/14

¿Y cómo sucedió? Y... de a poco

Por Natacha Matzkin

Mantener la pasión en la pareja monogámica prolongada no es difícil. Es imposible.  A esos que sostienen lo contrario y cuentan proezas sexuales con su pareja de hace 20 años, que se mandan mensajitos y se dejan cartelitos y se hacen regalitos y se celan, simplemente no les creo.

Es más, el equipo de los cornudos y cornudas está lleno de ejemplares de ese tipo. Muchos que se han condolido de mi desapasionamiento han venido a llorar conmigo su desilusión cuando su gordi es descubierto en flagrancia.

De todos modos, hay cierto pudor, cierta negación, cierto resquemor en asumir que pasado un tiempo, el esfuerzo que implica mantenerse sexualmente atractivos decae y todos nos volvemos irremediablemente incogibles. Y no cabe echarle la culpa a la rutina, al estrés, a los hijos, a los padres ni a la hernia de disco. Es algo natural, generalizado, no traumático y gradual,como toda decadencia.

Hay un día en el que nos parece lo más normal del mundo sacarnos las botas altas al llegar a casa y calzarnos las cómodas y calentitas pantuflas peludas. Viendo que nada pasa y nadie reclama, el siguiente paso es volarnos el jean ajustado y pasar al jogging frisado. El conjuntito de encaje lo vamos dejando al fondo del cajón para las grandes ocasiones porque pica, se incrusta y se clavan las ballenitas del corpiño, siendo mucho más confortable la bombacha de algodón y la teta suelta.

Del otro lado de la cama pasa lo mismo. En nombre del sexo con amor de los casados se relajan las costumbres, se dejan abiertas las puertas de los baños, se opta por el slip estirado y se llega al punto en que cualquier actitud sexual adquiere tintes grotescos. Porque hay que ser un poco sexópata para calentarse con la gorda empantuflada que te espera con un pibe en cada brazo para tirártelos por la cabeza ni bien asomás la cara, o con el mamarracho que no encuentra mejor par de medias para andar de entrecasa que esas de fútbol que dejó de usar cuando sus meniscos dijeron basta, allá por principios de siglo.

Y cómo sucedió? Y... de a poco; así es como todo se va yendo al carajo.

Al principio, cuando todo es romance y deseo, cualquier indicio se camufla como signo de confianza, de conexión profunda, de intimidad. Resulta hasta atractivo ver a tu chico o chica con la remerita rota de dormir y es todo risas cuando se comparten flatulencias y demás manifestaciones escatológicas. Inconscientes y enamorados, no nos damos cuenta de que estamos tomando champán en la cubierta del Titanic.

Para cuando la incogibilidad se naturaliza, cualquier signo de recuperación es interpretado como señal de alarma. Si un día la chica se hace la depilación total, se perfuma y se pone ropa interior nueva, el tipo no dudaría un instante en concluir que tiene un chongo; y si ella advierte que él finalmente le dio sepultura a los calzoncillos rotos y reemplazó el stock por boxer negros, se puso talco para pies y se emprolijó el vello púbico, va a ir directo a peritar bolsillos, celulares y alfombra del auto, buscando mensajes y muestras de ADN de la amante que inspiró esa transformación.

Como vacuna para la ingarchabilidad, hay quienes repiten una máxima de un machismo recalcitrante que manda a la mujer a comportarse como una dama en la mesa y una puta en la cama, ¿o era al revés? una mesa en la cama... una puta en la calle... una cama en la puta madre que te parió?

Algunas seguramente me saltarán con que ellas mantienen encendida la llama de la pasión como el primer día, que son creativas y dedicadas como una geisha, que tiemblan de deseo al ver al tipo acostarse con las medias puestas y que él las busca y las desea aún con la cara untada con máscara facial y las apoyan de atrás mientras se limpian los dientes con hilo dental o se depilan el bozo.

No me jodan. Por gente como ustedes es que hay tanta insatisfacción, depresiones y suicidios. Son como esas modelos flacas y divinas que dicen “no hago gimnasia, como lo que quiero y no engordo ni tengo celulitis, es genético”.

Ojo; cambiar el encaje por el algodón, el taco por la pantufla, la lujuria por la gula y acomodarse en el tibio confort de la ingarchabilidad, también tiene lo suyo… ponele.

Más nota de Natacha en NOTAS DE NATA.

Los dibujos son de Tute.

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