19/10/10

Pequeña historia santafesina

Estoy recién llegado de la presentación del libro "Del Apostolado al Sindicalismo. Una historia de los gremios de prensa de Santa Fe", de la Compañera Cintia Mignone y tentado empezar a leerlo ya. Sin embargo algo me detiene. Es el repentino recuerdo de mi paso por la Facultad de Formación Docente en Ciencias.

Así como me ven, yo quería ser Profesor de Historia. Y no sólo eso, sino que además estudié dos años y rendí algunas materias. Un día mi sponsor murió y yo abandoné la carrera, entre otras cosas.

Pero la verdad es que las historias bien contadas me siguen atrayendo. Soy un gran lector de los relatos históricos que están documentados hasta que no podés más que decir "tenés razón y la reputa que te parió!".

Tal es el caso de esta pequeña historia -que ni se compara con las que cuenta Cintia, ni con lo que yo estudié en la facultad- ocurrida en Santa Fe, que es tan mía como de muchos más, y que quiero contar ahora.

Era el año 2.006 y el Club Unión se encontraba en una profunda crisis económico-financiera. Un grupo de asociados de ese club decibe abrir una cuenta para que toda la comunidad santafesina concurra en salvataje, y deposite lo que pudiere. Y ese "lo que pudiere" era exactamente así. No se pedían cifras exorbitantes, ni grandes sacrificios. La crisis era tan grande que con cualquier cosa uno podía ayudar.

La cuenta fue abierta por el asociado Antonio Mántaras a nombre del "club de la Avenida López y Planes" (bue... a veces me sale un periodista deportivo y caigo en estos lugares comunes), en el Bando del Suquía de la ciudad de Santa Fe.

Lamentablemente no hubo mucho entuciasmo de la "parcialidad rojiblanca" (otra vez se me mete el puto periodista deportivo) y los fondos que se recaudaron en esa cuenta fueron por demás de escasos.

Sin embargo un grupo de Sabaleros que sentían un gran dolor por lo que le pasaba a los 'Primos de la Avenida' (esa es de González Rianio) se organizó para juntar fondos.

El planteo que parecía ilógico para algunos -colonistas aportando al club contrario para que se salve de una crisis- tenía cierto nivel de razonamiento que encontramos en este testimonio de un reputado docente:

- "Bueno, nosotro', digamo', muchacho', no' tenemo' que organizar para que Unión siga existiendo, digamo'. Nosotro' no somo' nosotro' sin ello', digamo'..."

- "Pero dejate de decir pelotudeces", intentó refutar un abogado de "dilatada trayectoria" (ahí me pintó un periodista de policiales) "Que se vayan la reputísima madre que los concha mil parió. Los comandos civiles que voltearon los bustos de Perón y Evita en el '55 salían de ese club de putos irredentos!"

- "A mi me parece que los dos están diciendo pe-lo-tu-de-ces", se limitó a decir un prestigioso cardiólogo cordobés, Pirata de corazón y Sabalero por adopción.

- "Sin embargo, yo creo que los dos tiene razón", intentó terciar un imprentero, mientras hacía crujir una zamba en la guitarra criolla.

La charla parece que deribó en otras cuestiones no tan trascendentes, porque los propios testigos del momento no recuerdan como siguió, o tal vez la olvidaron.

Hace algunos años, estos mismos hombres peñeros, se jactaban de repetir a coro la formación del Colón que había derrotado al Santos de Pelé en 1964. Hoy no pueden recordar donde estacionaron el auto.


Pero volviendo a aquella noche de mi historia, hubo uno de los comenzales que se mantuvo en silencio. Espectante y tomando nota de todo lo que se decía. Él ya tenía posición tomada y era la misma que la del docente, pero no quería expresarla por temor a las represalias o a las cargadas. Sólo miraba y trató de no gesticular para que ni siquiera se sospechara su pensamiento.

Al otro día madrugó. Eran las 10 y media de la mañana. Tomó su café y le dio de comer a su hamster, al que llamaba "Cococho", en honor al gran jugador Ernesto Álvarez y salió decidido. Iba a hacerlo. No le importaba nada porque tenía la certeza que nadie recordaría al lunes siguiente aquella discusión.

Entró al Banco del Suquía, preguntó por la cuenta y dijo: "Soy de Colón, asociado desde los 8 años, y vengo a poner plata en la cuenta de Unión porque un buen padre nunca abandona a un hijo..." Hubo cierto bullicio en el banco por los comentarios de los ocasionales clientes, pero todos creyeron que se trataba de un provocador.

El cajero sorprendido le pidió al hombre su documento en voz baja para que también él bajase el tono de sus palabras. "Me llamo Ramón. Ramón Víctor Milanesi...", dijo mientras apuntaba al techo con su dedo cual radical dando un discurso, "... y ahí tiene mi documento", siguió.

El cajero desistió de calmarlo y se limitó a completar el trámite.
- "¿Cuánto va a depositar el Señor?"
- "Diez!", volvió a gritar mirando a quien lo miraba, como aquel que paga una vuelta en el club del barrio.
- "Muy bien. Aquí tiene su recibo."
- "Gracias. Muchas gracias. Me llamo Ramón. Ramón Víctor Milanesi y soy socio de Colón Nº..." se fue gritando ante la perplejidad de los demás clientes que estaban ahí sólo para pagar algunos impuestos.

Un tiempo después, y a través de testigos ocacionales de lo que ocurrió en el banco, empecé a reconstruir esta historia. Pequeña, muy chiquita, es cierto. Pero mía y de mis amigos. Nunca me atreví a reproducirla porque dudaba de todos los testigos, y a decir verdad pocos testimonios coincidían.

Hoy puedo. Y puedo hacerlo porque tengo un documento aportado por el escribano De Feo, que da fe de todo lo que escribo, mientras corrije mis errores de ortografía. Ese documento es el recibo que aquel temeroso cajero le entregó a Ramón y que fue guardado celosamente como corresponde en su caja fuerte.

Ahora por fin, una vez escrita y documentada, siento que tengo una historia de las que a mi me gustan, y me siento orgulloso de mi amigo Ramón por aquel gesto.


A todos los que colaboraron en este relato desinteresadamente, muchas gracias. Gracias Licheri; gracias Toni y Jorge; gracias Totono, Gallego, Turquito y Alejandro. Gracias Escribano De Feo; gracias Pampa, gracias Pêru, gracias Héctor (que ni te enteraste pero estuviste ahí), y gracias al Pibe de Gallego que pudo ir porque estaba engripado el Cura.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy buena, juanma

Anónimo dijo...

Casi siempre estoy de acuerdo con Barricada. Pero esta vez no comparto. Pegarle a un hombre que atraviesa por un pésimo estado de salud, y sin embargo tiene la hidalguía de cuidar todos los días a su suegra, no es de caballeros.